sábado, 13 de febrero de 2010

Arlequín sur la Lune



Habiendo dejado el antifaz sobre la hojalata que usaba de cabecera de un ataúd nocturno,
el arlequín se apuró a la ventana para ver en la luna reflejada a su amada,
una luciérnaga náufraga, una carcajada lejana y una canción arrulladora despistada,
había cerrado sus ojos la ciudad, el viento aciago adormitaba las sombras de la noche
y en la luna, la doncella de cristal y mimbre asomaba su silueta,
distante, efímera y temblorosa, como pidiendo una caricia fugaz.

Adamantis, señalaba la luna con su larga nariz cada noche,
un soñador acústico que rozaba la luna en fantasías,
había escuchado leyendas de reyes, de doncellas en revoluciones y amores que jamás pudo entender,
había oído de moda, de historias sobre el medioevo y de imperios que la arena se llevó,
La luna arrastraba a su corazón de lino los ecos de épocas pasadas,
épocas que jamás supo interpretar, pueblos inhóspitos y personajes surrealistas,
la luna le regalaba melodías que sus orejas de botón no supieron advertir.

Adamantis hablaba cada noche con su amada, distante, serena y lunar
mientras ella danzaba con las estaciones, las horas y se ausentaba en las mañanas.
Cada eclipse celebraban la travesura de un encuentro dilatado.
Hallaba al alba las cenizas de una cita terminada,
los rezagos de un amor ajeno, una vesanía indirigible,
mientras la humedad de sus telas reventaba contra el cedro de su baúl.
No había nao alguno que acercara sus dedos plásticos al rostro de su doncella astral,
Sólo las historias, las canciones y susurros... sólo a la distancia, sólo en lo imposible,
Circense y abúlico fantoche atribulado.

1 comentario: