jueves, 10 de diciembre de 2009

Insomne inhumación



Conjuntamente con mi insomnio, disfrutaba de mi acostumbrada sesión de automutilación antropófaga (Momentos en los que el nerviosismo de lo incierto me lleva a devorarme sin reparos en sempiternos banquetes) cuando me asaltó, a manera de turbulencia, una tribulación profunda que me impelía hacia el teclado. Ahora hálleseme aquí, agrilletado lector, recorriendo los abyectos sentimientos que matutinamente desgarran mi ánima, ingresando quirúrgicamente por cada resquicio e implosionando; intentando sobrepasar la valla del semi-analfabetismo para tener algo con qué justificar esta densa introducción.


Habiendo oscilado entre la vida y la muerte, entre cada "te amo" y "no quiero verte más"; he superado esos inertes estadíos y mi hegemonía ha corrompido las más altas esferas de la jerarquía celeste. He profanado ángeles y querubines, derramado sangre sobre las santas efigies de los mortales y envilecido cada corazón mustiado por amores inviables.

No he podido contener el dolor que atentaba contra mi providencia. Sepultados mis dioses en su Edén, he colocado el cenotafio en la cabecera de mi lecho y he emprendido paso acelerado a la deriva, divagante, viandante sulfurado de laceradas entretelas y diáfana razón.

Ignota es la senda al introito de su vida, pero certera es la llegada. Porque mi destino lo traza su travesía, marcando mis movimientos y agitando mis exhalaciones. El camino será intenso, lo sé, pero ello no será óbice alguno que detenga mis instintos, porque seguiré el rastro desolado que su partida dejó tras mi naufragio.

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Pasado el desfogue abúlico con el que no pretendía solazarlos, sino más bien satisfacer mis ansias de liberación, intentaré dormir tranquilo y pleno.

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